POESIA FUEGO Y TERNURA

POESIA FUEGO Y TERNURA - 6TA EDICION.mp3

viernes, 29 de junio de 2012

Gustavo Pereira



Gustavo Pereira nació en Punta de Piedra, Isla de Margarita, Venezuela, en 1940. Poeta y crítico literario, se Doctoró en Estudios Literarios en la Universidad de París. Fue fundador del Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales y del Centro de Investigaciones Socio-Humanísticas de la Universidad de Oriente. Asume el compromiso social y político. Su poesía es de gran importancia para comprender el nuevo quehacer poético venezolano; de lenguaje directo, imaginativo y acusador. Es uno de los poetas venezolanos más importantes de su generación y de la historia literaria venezolana, latinoamericana. Formó parte del grupo “Símbolo” (1958). Fue director y fundador de la Revista Trópico Uno de Puerto La Cruz. Ha publicado más de treinta títulos, entre ellos: Preparativos del viaje (1964); En plena estación (1966); Hasta reventar (1966); El interior de las sombras (1968); Los cuatro horizontes del cielo (1970); Poesía de qué (1971); Libro de los Somaris (1974); Segundo libro de los somaris (1979); Vivir contra morir (1988); El peor de los oficios (1990); La fiesta sigue (1992); Escrito Salvaje (1993); Antología poética (1994); Historias del Paraíso (1999); Dama de niebla (1999); Oficio de partir (1999) y Costado indio (2001).. Ha recibido algunos reconocimientos, entre ellos, el Premio Fundarte de Poesía (1993), el Premio de la XII Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1997) y el Premio Nacional de Literatura (2001).

“La inspiración es un pretexto de los flojos”, aseguró el escritor Gustavo Pereira, ganador del Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora, sobre el estereotipo que priva la imaginación de las creadoras y los creadores de versos. El autor cree que el estímulo creativo “se crea con el trabajo, la disciplina y la lectura”. Además señaló que estos arquetipos son artilugios del poder, pues el lirismo “es una roncha” que ha tenido la osadía de “ridiculizarlos”.

La antología Los cuatro horizontes del cielo y otros poemas, de Pereira, fue premiada en la noche de ayer en una ceremonia realizada en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg). “Cada poeta toma una posición ante la vida, eso no indica que la poesía tome esa posición, pues no está al servicio de un pequeño compartimiento”, destacó.

Su poemario se midió en esta justa literaria ante más de una centena de obras de diversa procedencia que fueron evaluadas por el jurado conformado por la escritora venezolana Judith Gerendas, el intelectual alemán Tobías Burghardt y el creador neogranadino ganador de la anterior edición, Jotamario Arbeláez.

“Es una obra de gran madurez, de una riqueza lingüística, un espíritu unitario, que muestra a un poeta de prodigiosas epifanías como la invención poética de los solaris – un género inspirador e iluminador en el campo de la poesía universal – que trasciende lo meramente estético con una actitud humanista, sabiduría profunda, tintes irónicos y erotismo”, es parte del veredicto del jurado que reconoció la obra del literato neoespartano.

UN VALOR NO TASABLE

Enfatizó el creador que “si la poesía no ha podido ser convertida en mercancía, es obvio que no participa en un mercado de intercambio de bienes y servicios”. Ironizó que si a estas creaciones “no se les puede poner precio, no deben servir para mucho”. Entonces destacó que esto “no necesariamente es así”, al justificar que ésta “tiene un lugar permanente en la conciencia sensible de los seres humanos”.

Un ejemplo con el que Pereira ilustró la presencia permanente de la poesía en la “conciencia sensible” humana, resultó el hallazgo de una tumba megalítica en la que el cadáver de una niña ostentaba un ramo de flores sobre los restos que permanecieron en el tiempo. “Esto es un acto poético”. Mencionó que a estas acciones pertenecen “todo cuanto el ser humano realiza más allá del cerebro animal”.

El autor de Los cuatro horizontes del cielo y otros poemas imaginó que ese hombre primigenio comenzó a tener el “sentimiento poético” al percatarse de su finitud y de “ser algo transitorio”. “Allí nace una emoción que genera la poesía en su encuentro con lo filosófico”.

Enfatizó que para un creador de versos “no es fácil sustraerse de la realidad que vive”. He ahí el espacio que comparten estas creaciones con los “sentimientos primarios que parten de lo íntimo”.

El autor consideró las manifestaciones que van hacia otro ser próximo pero también otras que apuntan a la “protesta e indignación”. En el primer caso, se adopta al amor idealizado o imposible que “se adorna” con palabras bonitas, pero que “termina siendo una cosa melcochosa que ninguna mujer inteligente en nuestro días aceptaría” (risas).

Por otra parte, resaltó la poesía que evita “sustraerse de la realidad en que se vive”, ejemplificada en La Divina Comedia, de Dante Alighieri, obra que caracterizó como una “venganza que partió de lo personal y se convirtió en un documento colectivo”.

-¿Cuál es el el futuro de las nuevas generaciones que apuestan por la poesía?

-Continúan los que son poetas, los que no son desertan porque es una disciplina en la que hay que formarse. Es un largo camino y se está aprendiendo siempre cada vez. Se descubre que cometemos más torpezas y descubrimos nuestras propias torpezas o se cometen torpezas sobre torpezas. Quien acepte que la poesía es un destino, esos van a ser poetas. Hay algunos afortunados que nacen con un talento excepcional y en los primeros años escriben grandes poemas, mientras que hay otros que han muerto y dejan una obra extraordinaria.

Para finalizar sus reflexiones sobre la creación, Pereira evidenció las diferencias entre la poética europea y latinoamericana. “Es obvio que las realidades no son las mismas”.

El escritor explicó que en nuestro contexto las creadoras y los creadores “tienen una vida de privaciones” que para él no es más que “una pobreza escogida”. “Nadie que tome la poesía como razón de vida va a pretender siquiera sustentarse, debe tener un oficio aparte”.

Resaltó el valor multiétnico y multicultural de los pueblos latinoamericanos: “heredamos de nuestros ancestros una vinculación con la naturaleza que nos hermana con ella”.

Por otra parte, el autor criticó a aquellos que niegan la relación poesía y realidad política: “eso es para descalificar el compromiso”.

Como argumento, expuso como obras comprometidas como la de Dante Alighieri, sumó creaciones como España, aparte de mi este cáliz, del peruano César Vallejo, así como la elegía por los muertos del franquismo del chileno Pablo Neruda, en La tercera residencia. “Los grandes poetas se han conmovido, todos se conmueven”.

CONTRA LOS VERSOS

“La burocracia es enemiga de la poesía”, acusó Gustavo Pereira al pensar en los contrarios naturales de esta creación literaria. “Todas y todos hemos tenido siempre la esperanza de que ésta vaya desapareciendo progresivamente en la medida en que el Poder Popular sea más palpables y más sistemático”.

“Cada día -continuó- aparece una alcabala nueva creada por un burócrata nuevo, con el pretexto de impedir la corrupción”. “Mientras más alcabalas haya en el camino, más corrupción habrá”.

“La verdad es siempre revolucionaria, decía Ernesto “Che” Guevara”, recordó Pereira al relatar que todo ser sensible tiene derecho a expresarse. “He visto una cosa que me ha llenado de asombro. Desde que nacionalizaron la fábrica de cemento de Pertigalete, todas las chimeneas contaminan el valle de Guanta y Chorerón (estado Anzoátegui). Es una población con la tasa más alta de enfermedades respiratorias y ahora vamos a permitir que se siga envenenando al pueblo y a las hojas de los arboles. ¿Eso puede ser revolucionario?”, cuestionó el poeta. “No puedo callarme esa verdad que veo todos los días y defiendo mi derecho a decirlo”.

Pereira señaló que la ineficacia de la burocracia que proliferó en los países socialistas del pasado, es contraria a la idea de facilitarle la vida a los seres humanos. Como pasa con los certificados médicos. “Decidí no hacerlo, no es posible que hay que hacer una cola de toda la noche para tomar uno de los 50 números que se reparten en uno de los dos ambulatorios. ¿Eso no es propugnar la corrupción de los agentes de transito?”, se preguntó.

El también autor del preámbulo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela llamó a la sensatez de todas y todos. “Cuando el presidente Hugo Chavez habla de ineficacia en la entrevista con José Vicente Rangel, es un solo hombre, un solo corazón y no puede estar en todas partes como el Espíritu Santo”. “De modo que si no hacemos de esto una cuestión colectiva y empoderamos a nuestra gente, nos vamos a dejar envolver por unos burócratas que van a entorpecen la cuestiones elementales”.

-¿Cuáles son las armas con las que cuentan las venezolanas y venezolanos para enfrentar la ineficiencia burocrática?

-La contraloría social, decir las cosas y denunciar a las funcionarias y los funcionarios que entorpecen la administración pública, que lejos de solucionar obstaculizan. El presidente Chávez hablaba sobre el sectarismo y todas estas las lacras que van viciando la revoluciones, las van desnaturalizando. Volvemos a la cultura, pues son problemas culturales. Si no se entiende que los cimientos de una Revolución son los bienes culturales.

“SER JURADO NO ES OFICIO GRATO”

El escritor neoespartano Gustavo Pereira recordó que participó como evaluador de la primera edición del Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora y calificó que esa experiencia “no es un oficio grato”.

“Hay que leer paquetes de libros”, recordó. Además señaló que cuando se escogen 10 o 15 libros buenos hay “que decidir por uno”.

Rememoró los tiempos de amistad con el colega que da nombre al galardón, cariñosamente apodado “El chino”, con quien compartió “ideales y parrandas”. “Nos unieron muchas cosas”

Cuando Pereira dirigía la revista Símbolo, fue publicado uno de los primeros poemas de Valera Mora, que luego aparecieron “en su primer libro, Canción del soldado justo”.

Sobre el contenido de Los cuatro horizontes del cielo y otros poemas, con la que mereció el galardón, expresó que hay muchos amigos muertos a quienes les ha dedicado un poema.

Citó a Alfredo Maneiro, José “Pepe” Barroeta y Argenis Daza Guevara. Entre los vivos mencionó a Luis Alberto Crespo y Wiliam Osuna, “hay varios compañeros fraternos y del alma”.

NI LA PIRATERÍA, NI LA INEFICIENCIA SON REVOLUCIONARIAS

“La poesía es un servicio público”, resaltó Gustavo Pereira, ganador de la tercera edición del Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora.

“Tiene que haber una cuestión de dolencia y uno debe estar donde crea que puede aportar”, comentó a propósito de su participación en el Consejo Federal de Gobierno, que posteriormente declinó. “A mi me indignan profundamente la improvisación y el desorden. Ni la piratería, ni la ineficiencia tienen que ver con la Revolución, esas no son cualidades revolucionarias”, resaltó al señalar que la improvisación es justificable solo en tiempos de guerra.

“Sí tenemos tiempo para planificar”. “Si asfaltamos una calle, por qué hay huecos después”, acotó.

Pereira también criticó a las y los burócratas que luchan por los cargos “para servirse” y no para servir.

PUEBLO PROTAGONISTA

“Esta Revolución hizo algo extraordinario, hacer visibles a los invisibles”, resaltó el poeta Gustavo Pereira sobre los logros palpables en la conciencia social.

“Quieren ser protagonistas de su propio destino”, expresó en relación con la necesidad del pueblo de expresar y dar a conocer su parecer sobre la actualidad del país.

El escritor consideró “necesario organizarse” y decir la verdad. “Hay que contribuir cada uno para que esa verdad se convierta en sustancia palpable y coherente”. “Los verdaderos revolucionarios no buscan nada, dan” acotó.

-¿Qué le puede dar al proceso el ciudadano común?

-Ellas y ellos son la Revolución. Es tener conciencia que son la Revolución y actuar como tal.

Los Salvajes

Los pemones de la Gran Sabana llaman al rocío Chirike-yeetakuú
que significa Saliva de las Estrellas.
A las lágrimas Enú-parupué
que quiere decir Guarapo de los Ojos.
Al corazón Yewán-enapué,
Semilla del Vientre.

Los waraos del Delta del Orinoco dicen Mejo-koji
el "Sol del Pecho" para nombrar el Alma.
Para decir amigo dicen Ma-jo karaisa,
"Mi otro corazón"
Y para decir olvidar, dicen: Emonikitane,
que quiere decir "Perdonar".
Los muy tontos no saben lo que dicen.

Para decir Tierra dicen Madre.
Para decir Madre dicen Ternura.
Para decir Ternura dicen Entrega.
Tienen tal confusión de sentimientos
que con toda razón las buenas personas que somos
los llamamos Salvajes.

CARTEL DE LA ALEGRÍA

La muerte debe ser vencida
La miseria echada
Que haya pájaros en cada pecho.

SOMARI

Mientras haya amos
no habrá poesía.

POR ENTRE LAS ISLAS

Suelto mi corazón como vela y navego por entre las islas
La algarabía de los pájaros marinos llena mi barco de alas
No existe territorio como éste en pleno
pecho de mi travesía que pueda
hacerme olvidar cuán cerca
de aquí estás mi silenciosa.

Alejandra Pizarnik



Poeta argentina nacida en Buenos Aires en 1936.
Obtuvo su título en Filosofía y Letras por la Universidad de Buenos Aires y posteriormente viajó a Paris
hasta 1964 donde estudió Literatura Francesa en La Sorbona y trabajó en el campo literario colaborando
en varios diarios y revistas con sus poemas y traducciones de Artaud y Cesairé, entre otros.
Es una de las voces más representativas de la generación del sesenta y es considerada como una de las poetas
líricas y surrealistas más importantes de Argentina.
Su obra poética está representada en las siguientes obras: «La tierra más ajena» en 1955, «La última inocencia»
en 1956, «Las aventuras perdidas» en 1958, «Árbol de diana» en 1962, «Los trabajos y las noches» en 1965,
«Extracción de la piedra de locura» en 1968, «El infierno musical» en 1971 y «Textos de sombra y últimos poemas»,
publicación póstuma en el año 1982.
En 1972 falleció como consecuencia de una profunda depresión.



BIOGRAFÍA POÉTICA

Toda literatura es autobiográfica, finalmente.
Todo es poético en cuanto nos confiesa un
destino, en cuanto nos da una vislumbre de él

—Jorge Luis Borges

Hacia el final de su vida, Pizarnik declara que su ideal sería hacer poesía con cada minuto de su diario vivir:

Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir.

La poesía era para ella “un destino, no una carrera”. Es la misma idea de Octavio Paz y otros surrealistas, cuando afirma en Las Peras del Olmo: “El arte no es un espejo en el que nos contemplamos, sino un destino en el que nos realizamos”.

En el año 1954 ingresa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y un año más tarde publica su primer libro de poesías, La tierra más ajena.5 Más tarde rechazará este libro y preferirá olvidarlo. Pero interesa el epígrafe que lleva de Rimbaud, que ya muestra la influencia de este autor en su poesía, y también el sentimiento de melancolía y de finitud, temas recurrentes que trabajará hasta el final de su vida:

¡Ah! El infinito egoísmo de la adolescencia,
el optimismo estudioso: cuán lleno de flores
estaba el mundo ese verano,
los aires y las formas muriendo.6

Ese año abandona la carrera de Letras y comienza a estudiar pintura, con Juan Battle Planas, quien contribuyó a la evolución de sus conceptos sobre poesía,7 y a su modo tratar la distribución del texto sobre la página en blanco, como una forma, un dibujo.

En 1956, publica La última inocencia8 dedicado a León Ostrov, su analista de muchos años y de quién, según testimonios, estuvo enamorada.9 La temática de desesperación del libro está constantemente presente. En el poema “Noche” cita en el epígrafe a Gérard de Nerval, a quien admiraba:

Quoi, toujours? entre moi
sans cesse et le bonheur.

Por entonces ya está muy relacionada con poetas contemporáneos suyos como Rubén Vela, a quien dedica el poema “Siempre” y Clara Silva, casada con Alberto zum Felde, a la que dedica, “A la espera de la oscuridad”.

En 1958 publica Las aventuras perdidas,10 que lleva una ilustración de Paul Klee, quien fue con Hyeronimus Bosch su pintor favorito: Muestra a una muchacha con una pluma de pavo real en las manos, en un paso de baile.

El poema “La jaula” aparece dedicado nuevamente a Rubén Vela y lleva un epígrafe de Georg Trakl, poeta alemán que será uno de sus predilectos, y a quien cita en conversación con Martha Isabel Moia, en una entrevista publicada en La Nación de Buenos Aires, en 1972. El epígrafe del poema dice así:

Sobre negros peñascos se precipita,
embriagada de muerte,
la ardiente enamorada del viento.

Por esta época inicia su amistad con Olga Orozco, que durará hasta su muerte. A ella dedica su poema “Tiempo” del mismo libro. Otro poema, “Exilio”, está dedicado al poeta Raúl Gustavo Aguirre. En este libro ya aparece explícitamente una temática que desarrollará más tarde hasta la exasperación: la noche como realización y la luz como negación de vida.

Tal vez la noche sea la vida y el sol
la muerte.

El poema dedicado a León Ostrov “La jaula” ya marca una época de gran depresión y dolor personal. Sólo citamos el final:

Señor
la jaula se ha vuelto pájaro
Y ha devorado mis esperanzas
Señor
la jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo.

El mejor documento de la vida de Alejandra Pizarnik por esos años, lo da el poema que cierra el libro, intitulado “Mucho más allá”:

Quisiera hablar de la vida
Pues esto es la vida
este aullido, este clavarse las uñas
en el pecho, este arrancarse
la cabellera a puñados, este escupirse
a los propios ojos, sólo por decir,
sólo por ver si se puede decir:
es que soy yo? verdad que sí?

Su mundo es generalmente amargo. Una vida definida como un dolor vehemente, una absoluta desesperación. Para Olga Orozco, su pesimismo de esos años tiene que ver con sus fracasos amorosos, y la muerte del poeta colombiano Jorge Gaitán Durán, por quien sintió un enamoramiento profundo.11

Estos tres libros que hemos mencionado forman una verdadera trilogía de lo que podríamos llamar su primera época, por la coincidencia de rasgos y enfoques. Son los años en que se relaciona con las revistas de vanguardia que hemos mencionado, y con los grupos universitarios reformistas. Cursando Filosofía y Letras conoce a escritores de su generación, a sus coetáneos, como Susana Thénon, Eduardo Romano, y Horacio Salas. También a otros escritores que serán luego reconocidos como generación del sesenta. Y a escritores del grupo SUR, como José Bianco, Alberto Girri, y H. A. Murena.

Termina así una primera etapa de aprendizaje y se cierra el ciclo —que podríamos llamar nacional— de Alejandra Pizarnik. Estamos así colocados al inicio de su segunda etapa —la etapa de París— que dura cuatro años, de 1960 a 1964, y que la lanza a un escenario internacional, a nuevas perspectivas y a una maduración personal, que hará que pertenezcan a esta época la mayor parte de sus poemas antológicos. Es en París donde conoce a Octavio Paz y a Julio Cortázar, amistades que continúa hasta su muerte. Es interesante que Pizarnik repita —dentro de su generación— la misma vivencia que tuvieron tantos poetas de generaciones anteriores —su viaje a París como Meca, como centro de cultura, como experiencia necesaria y fundamental a su carrera. Es el caso de Vicente Huidobro, de Oliverio Girondo, del mismo Julio Cortázar. En París desarrolla una actividad múltiple: es redactora de la revista Cuadernos del congreso por la libertad de la cultura, pertenece al comité de colaboradores extranjeros de Les Lettres Nouvelles, y conoce a escritores de la importancia de Yves Bonnefoy, André Pieyre de Mandiargues y Henri Michaux. Su pasión por París durará hasta su muerte. En carta a Juan Liscano12 reconoce que escribe y trabaja mejor en París:

Estoy haciendo lo posible —es decir, lo imposible— por volver a París. Allí, a pesar del desamparo externo, soy más feliz. Quiero decir: puedo escribir con más libertad. (Esto es tan complejo y tan indecible).

Irse a París le fue fácil; es más: representó una liberación de su ambiente; de su propia patria.13 Octavio Paz escribirá por entonces el prólogo a un nuevo libro suyo, Árbol de Diana.14 Lee ávidamente. En carta a Ana María Barrenechea, fechada en París, a 10 de Diciembre de 1962, le comenta los críticos importantes del momento:

No sé si anotaste los nombres de los críticos literarios franceses que creo importantes (!) Jean Pierre Richard (su ensayo ya famoso, sobre Mallarmé fue su tesis de doctorado en la Sorbonne). (Editions du Seuil) Se habla mucho también del método empleado por François Germain en L’imagination d’Alfred de Vigny (Editions Librairie José Corti) Otro libro: el de Weber, Gallimard, Ensayo sobre la génesis de la obra poética (esencialmente psicoanalítico). Te recomiendo, también, el Rimbaud par lui-même d’Yves Bonnefoy.15 Nada más por hoy.16

También allí comenta el proyecto de Maurice Nadeau de preparar un número de Les lettres nouvelles, dedicado a la literatura fantástica en América Latina. Es una época también de gran pobreza económica: apenas si sobrevive con lo que gana. En esta misma carta a Ana María Barrenechea, cuenta de su temor constante a quedar sin empleo o sin dinero, pero siempre con humor:

Me fui del horrible empleo. Ahora busco otro. Se ruega considerar que enviar esta carta me privará de un almuerzo. Mentalmente me siento libre y contenta pero digestivamente vacía y melancólica. No hablemos más del asunto: no es de pobres tratar de la pobreza.

Se interesa por los problemas del lenguaje en relación a la poesía y la filología. En carta sin fecha, comenta a Ana María Barrenechea

no sé si te dije que una de las revistas más interesantes es Critique, exclusivamente de crítica literaria, estética, filosófica, etc [...] Es en ella donde se toma el pulso a la crítica francesa contemporánea —casi siempre fenomenológica, neopsicoanalítica y bastante anti-existencialista en el sentido sartreano. (Dios me libre).

Es en este año que conoce a Aurora y Julio Cortázar, con quien continuará una gran amistad hasta su muerte.

Otra carta, ya del año 63, reitera el tema de la pobreza, pero se muestra siempre entusiasta intelectualmente. La poesía forma parte de su estilo tan íntimamente, que aparece en todas sus cartas en frases como éstas:

Aquí se nos viene la primavera, los paseos en el parque, por los barrios lejanos y miserables en donde se leen como notas las persianas de las casas viejísimas, como si la calle cantara.

La última carta tiene un tono casi eufórico, aún cuando hace referencia a sus problemas económicos: “Yo ando mejor que nunca. Escribo, publico en las revistas de aquí, —y— lamentablemente, trabajo en sitios infames para ganarme el duro pan de cada noche”.

En Árbol de Diana (1962) aparecen poemas dedicados a Laure Bataillon, hija de Marcel y excelente traductora, Ester Singer, y Enrique Molina. Este último poeta, escribirá una reseña a este libro, que aparece publicada en Cuadernos de congreso por la libertad de la cultura (No. 9, París). No sólo está en constante contacto con la intelectualidad francesa; también publica en SUR varios poemas durante 1963. Y colabora en otras revistas durante esta década: Nouvelle Revue Française, Tiempo presente, Mito, Zona franca, Mundo nuevo, Papeles de Son Armandans.

En el año 1965 regresa a Buenos Aires y aparece un nuevo libro, Los trabajos y las noches.17 Con esta obra obtiene el Primer Premio Municipal. Corresponde a su época de plenitud, y son poemas escritos, en su mayoría, en París. Tanto en Árbol de Diana como en Los trabajos y las noches hay poemas de esperanza, de certeza, como el poema 27 de Árbol de Diana: “un golpe de alba en las flores / me abandona ebria de nada y de luz lila / ebria de inmovilidad y de certeza”. El libro está recorrido por una luminosidad que no volverá a lograr nunca más. Encontramos palabras que crean campos semánticos que aluden a la luz: alba, paraíso, llama, estrella, iluminada, son frecuentes, y nos transmiten un resplandor particular.

En Los trabajos y las noches ya hay desesperanza; son poemas de gran intensidad, y de gran rigor. Con este libro obtiene el premio Fondo Nacional de las Artes, y el Primer Premio de la Municipalidad de Buenos Aires. En “Cuarto solo” aparece nuevamente el tema de las fisuras, las desgarraduras, formando rostros, manos, clepsidras. Es el inicio de sus obsesiones y delirios, pero no se harán evidentes hasta la última etapa de su obra. El exilio, la alienación que comienza a sentir cada vez con mayor frecuencia, aparece en un poema de este volumen:

Los que llegan no me encuentran,
los que espero no existen.

Enrique Pezzoni, en su ensayo sobre este libro,18 dice que el exiliado logra en el poema una forma de comunión, pero que su Unión Mística es con su propia soledad. Creemos que la soledad de Pizarnik no era con ella misma, era una soledad frente al mundo, era una incapacidad para la comunicación real. Es también una soledad salvadora, que le permite abrigarse con palabras, en oposición a la soledad real, aterradora, de un mundo hostil y externo. El poema es entonces ilusión y compañía, o, por lo menos, ilusión de ser esto para ella. Aquí debemos subrayar que la realidad externa nunca le sirvió de apoyo.

Sus tendencias obsesivas se agudizan hacia el final de su vida. Sobreviene una etapa de marcada melancolía, y la sombra de la locura desquició sus últimos años. Aparecen entonces sus libros: Extracción de la piedra de locura (1968), y El infierno musical (1971). Ya todas, o casi todas las imágenes de estos libros son de desgarramiento y de alienación. Es un período de intensa depresión. En el poema “En la otra Madrugada” dice “Escucho grises, densas voces en el antiguo lugar del corazón”. Es en el año 1970 cuando sufre su primer gran depresión y casi no publica. En El infierno musical ya hay imágenes de principio de locura: “Risas en el interior de las paredes”. También en este volumen, en un poema titulado “En un ejemplar de Les Chants de Maldoror” aparece explícita la idea del suicidio: “triste como sí misma / hermosa como el suicidio” El suicidio está descrito en su obra con placer, como si el suicidio —el no ser— fuese un triunfo. El tono de El infierno musical —infierno de la palabra— es de profundo pesimismo y sumamente inquietante. Se hace evidente la disociación de la personalidad de Pizarnik, las múltiples personalidades y las diferentes voces que la atormentan: “Ya no puedo hablar con mi voz, sino con mis voces”. Este volumen termina en un tono de desesperanza, en una serie de preguntas ansiosas y desesperadas, “Cuándo dejaremos de huir? Cuándo ocurrirá todo esto? Dónde? Cómo? Cuánto? Por qué? Para quién?”

Cuando se publica La condesa sangrienta (1965) en la revista Testigo su interés por el sadismo y la fascinación que ejercía sobre ella, ya eran evidentes. Es también de esa época su interés por la obscenidad. E. Cozarinsky, contestando a mis preguntas sobre Alejandra Pizarnik, me escribe desde París:

En su último tiempo Alejandra estaba muy interesada en la obscenidad. Yo no podía seguirla en su delirio y la dejé de ver unos dos años o un año y medio antes de su muerte. Una de las últimas veces que hablamos por teléfono fue una de sus habituales llamadas a las tres o cuatro de la mañana, cuando estaba haciendo una pausa en su trabajo y tomaba su té de la tarde, digamos. Recuerdo que estaba haciendo una lista alterada del comité de redacción de Sur. Desgraciadamente he olvidado casi todos los juegos de palabras, salvo ‘No me gonzález el lanuza’, que repetía con su voz grave y sus acentos más salaces.

El gusto por lo perverso y lo grotesco es claro, como veremos en nuestro análisis. También aflora veladamente su lesbianismo.19 Otro párrafo del libro nos elucida su concepto de melancolía, relacionado con la locura:

Pero por un instante, sea por una música salvaje o alguna droga o el acto sexual en su máxima violencia, el ritmo lentísimo del melancólico no sólo llega a acordarse con el mundo externo, sino que lo sobrepasa con una desmesura indeciblemente dichosa; y el yo vibra animado por energías delirantes.

Sabemos por testimonios privados que solía escuchar música de rock, puesta a todo volumen, durante horas enteras, y que se apasionó por Janis Joplin, la cantante de rock americana que se suicida en 1970, y a quien dedica un poema, que se publica en Zona franca, y que luego incorpora a su libro.

Por esta época sus cartas comienzan a ser incoherentes. Sabemos, por documentos de varios amigos, que termina sus días viviendo en un mundo de tinieblas: Rechazaba la luz, y vivía de noche.20 Sale del hospital, luego de una estadía de cinco meses en Enero de 1972, y en una carta a Juan Liscano se advierte su desequilibrio: “En Buenos Aires no aceptan que una poeta tan pura tenga necesidades. Oh, que se vayan a la mierda”. En otra carta a Liscano fechada el 12 de Febrero de 1972 dice:

estoy mejor, pero sigo con fiebre. No es feo pero te ruego perdonarme algunos delirios inextricables que se me deslicen (o no). Ando algo animal de tanto yacer en el hospital (me hacían besar la cruz), esa imposición me daba rabia; ergo, la chupaba y la lamía curioso: a pocos pasos de la muerte, la muerte es viva, vívida y vibrante y todos los Paul Claudel y Henri Troyat (por citar a dos gordos) parecen un chiste.

Ya en 1962, había escrito en su “Diario íntimo” publicado en Mito, “El misterio más grande de mi vida: ¿Por qué no me suicido? Es en vano alegar mi pereza, mi miedo, mi futilidad. Quizás debido a esto, todas las noches me parece haber olvidado algo”.

Esta búsqueda del poema como única realidad, existencia hecha real sólo por la poesía, llega, como a Van Gogh, como a Artaud, a destruirla. Julio Cortázar resume bien el precio de esa búsqueda en el poema que dedica a la muerte de Alejandra:

Puesto que el Hades no existe, seguramente estás allí,
último hotel, último sueño,
pasajera obstinada de la ausencia.
Sin equipaje ni papeles,
dando por óbolo un cuaderno
o un lápiz de color.

-Acéptalos, barquero: nadie pagó más caro
el ingreso a los Grandes Transparentes
al jardín donde Alicia la esperaba.21

La misma concepción aparece en Olga Orozco al decir:

allí está tu jardín
en el fondo de todo hay un jardín
Talita cumi.
“Pavana para una infanta difunta”

Cortázar y Orozco no fueron los únicos poetas que sintieron hondamente la muerte de Pizarnik. Una prueba más de la admiración que provocaba su obra es la serie de homenajes a su muerte. Desde Juan Gelman y Raúl Gustavo Aguirre hasta poetas de las nuevas promociones como Federico Moreyra y Alicia Bello dejaron testimonio de su pena en poemas publicados en diarios y revistas. Hemos elegido los más significativos y los hemos incorporado en nuestra sección de testimonios, porque esclarecen diversas facetas y preocupaciones de Pizarnik.

La obsesión central de Pizarnik fue el problema del lenguaje. “Creo que la única morada posible para el poeta es la palabra”.22 Pero más adelante llega a pensar que sólo puede trabajar con alusiones, con aproximaciones, pero no con palabras. Se puede expresar sólo lo obvio, nunca lo esencial, que es, para ella, indecible.23 Es interesante notar que Borges, en conversación con C. Fernández Moreno, dice que Lugones, que era esencialmente “verbal” —al igual que Pizarnik— se mató cuando comprendió —por fin— que la realidad es incomunicable y atroz.24 En sucesivas cartas a Juan Liscano hablando de su poesía25 Pizarnik se refiere a su lucha “cuerpo a cuerpo” con el poema, como si uno y otro fueran una misma cosa que debiera fundirse para alcanzar sentido y trascendencia: transformar la vida misma en poesía. Su amada frase de Rimbaud: “la rebelión es mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos” expresa esa fusión donde ya no hay diferencias entre contemplador y contemplado.

Quiso lograr una poesía sin estridencias, donde cada palabra estuviera medida exactamente a lo que trataba de expresar y se ajustara —también como un guante— a su deseo. Su busca del lenguaje exacto y el riesgo que entrañaba esa busca la expresa bien Olga Orozco, en el poema ya citado: “Pavana para una infanta difunta”

te probabas lenguajes como ácidos,
como tentáculos,
como lazos en manos del estrangulador.

Al final de su vida, la coherencia de su obra queda interrumpida y se reduce a un casi caos sintáctico, donde se rompen las secuencias lógicas y las estructuras del lenguaje. La pérdida de la palabra, de su paraíso particular, implica la desfunción de Pizarnik. Es su entrada en el silencio, que refleja bien uno de sus últimos poemas:

a H. M.

estoy con pavura
hame sobrevenido lo que
más temía.
No estoy en dificultad:
estoy en no poder más.

No abandoné el vacío y el
desierto.
vivo en peligro.
tu canto no me ayuda
cada vez más tenazas,
más miedos,
más sombras negras.26

Alejandra Pizarnik se libera, en su poesía y su vida, cuando elige el suicidio como salida de elección. Ella misma había afirmado en un ensayo sobre Antonin Artaud,27 al citar a Hölderlin, que la poesía era un juego peligroso y que contaba ya con sus víctimas: el suicidio del mismo Artaud, el silencio de Rimbaud, el sufrimiento de Baudelaire. Para Pizarnik poesía y vida se identificaban. Como aseguraba de estos poetas, todos tenían en común el haber querido anular la distancia que la sociedad obliga a establecer entre vida y poesía. Pero la fusión de ambas —la fusión sujeto-objeto— si bien lleva a la plenitud buscada, lleva también al silencio. Ya no hay necesidad alguna de aludir, de expresar: todo es.

Enrique Molina, que tanto y tan bien la conocía, escribió sobre ella que “no tenía salvación: no había aprendido a mentirse, a resignarse, a olvidar”.28

Su vida termina en un abandonarse inerte y regresivo. Se suicida el 25 de septiembre de 1972. En uno de sus más bellos hallazgos, expresa su andar hacia esa muerte, mitificada en “princesa”, uno de sus “dobles” que más amaba:

Camina silenciosa hacia la profundidad

la hija de los reyes.

martes, 5 de junio de 2012

El Chino Valera Mora

Hace setenta años, un 20 de septiembre, vino al mundo Víctor Valera Mora (1935-1984), uno de los más singulares poetas venezolanos y uno de los más desenfadados que haya producido la lengua. Mejor conocido como El Chino Valera Mora, su obra, poco celebrada fuera de su país, es no obstante una de las referencias más reveladoras de los rumbos que tomó la poesía, escrita en español, durante los furiosos años sesentas, cuando en la península toda renovación poética parecía venir de la mano de la frivolidad y un aparente neoculteranismo, y en América sucumbieron tanto las fórmulas meramente agitacionales y de propaganda y aquellas que alienadas por los facilismos de la escritura automática, quisieron hacer pasar por liebre lo que apenas era gazapo. Valera Mora es el mejor exponente de ese período de esperanzas en la lucha contra las opresiones sociales y la búsqueda de nuevos sentidos para la vida, como quisieron los jóvenes que marcharon por las avenidas de las grandes ciudades aquel 1968, el año de la revolución. Su obra y su vida son, qué duda cabe, junto a las de Juan Gelman, Roque Dalton o Fayad Jamis, el paradigma de esa hora irrepetible. “De todos los poetas contestatarios”, escribió Manuel Bermúdez, “ha sido Víctor Valera Mora el que ha nutrido más a la Revolución con su palabra, sin cobrarle un centavo, ni mucho menos vivir a costa de ella”.

Víctor Varela Mora nació en Valera, aldea de luz y calina, cometas y montañas. Sabemos que su padre fue un obrero que murió de tuberculosis y su madre una campesina y que estudió el bachillerato en un municipio de los llanos de Guárico, San Juan de los Morros, donde conoció a otros poetas de las pampas como Ángel Eduardo Acevedo o Argenis Rodríguez con quienes aprendería a entender la poesía como canto y cuento, así quería Antonio Machado, mientras escuchaba a los improvisadores y leía, en trances iluminatorios, la poesía china.

De los llanos fue a Caracas para estudiar en la Universidad Central, sociología. Miembro del Partido Comunista fue puesto en prisión durante las manifestaciones contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1953-1958) a finales de 1957. Venezuela vive entonces una época (1959-1964) de levantamientos militares y de estudiantes y políticos contra el régimen de Rómulo Betancourt, quien toma partido por el gobierno norteamericano frente a las novedades y expectativas del recién inaugurado castrismo cubano. Junto a Luis Camilo Guevara, Mario Abreu, Pepe Barroeta y Caupolicán Ovalles, el “Chino” despliega una enorme actividad cultural y crea la mítica Pandilla de Lautréamont, en aquella Sabana Grande que albergaba en sus templos etílicos Halászo Macska, Nerone, Viñedo, Veccio o La Bajada, entre salsa y rock & roll, a un puñado de ilusos, pertenecientes a una imaginaria República del Este que sería derrotada por los ríos de un petróleo corruptor y perverso.

La canción del soldado justo (1961), su primer libro, es un vademécum y proclama de las esperanzas y los sueños revolucionarios de la hora. Y la cosecha de haber leído en Vladimir Maiakovsky, Jacques Prévert, Nazim Himet, Walt Whitman, Pablo Neruda o Dylan Thomas. Es la lucha de clases la que nos salvará de las garras de los grandes monopolios, pero ya es evidente que el tono de su canto no será panfletario sino lírico, una suerte de soliloquio o dialogo con un consigo mismo que, haciendo que nuestras conciencias rueden ante los otros mediante anacolutos, elipsis y roturas sintácticas, es nosotros. A la derrota de los poderes iremos, como será en toda su obra, de la mano del amor. Un amor que se expresa haciendo del yo del cantor la imagen misma de la historia, de la lucha contra la opresión y el desamparo, imaginando sus palabras como catapultas contra las acciones del régimen combatido, acusado por el poeta de llevar el país a la catástrofe.

La lucha de clases.
Los grandes monopolios imperialistas.
[...]
El policía del parque.
Los enamorados están en la posibilidad de iniciar el terrorismo.
El recuerdo desde la llanura,
caballo llorando sangre recomenzada.
Triste cuestión.
Este asunto de llevar una guitarra bajo el brazo.
La libertad de morirse de hambre doblemente.
(“Comienzo”, fragmento)

Cuando apareció su segundo libro, presentado por Salvador Garmendia y con ilustraciones de Carlos Contramaestre, Amanecí de bala (1971), diez años separaban los dos poemarios. Según contó el poeta a uno de sus amigos, un general de la Dirección de Inteligencia Militar habría dicho que el libro era más subversivo que los pocos focos guerrilleros que aún existían y que debían ponerle preso. Ante tal eventualidad, Valera Mora se fue a Roma con una beca que le consiguieron algunos amigos y el rector de una universidad andina. En la ciudad eterna escribiría sus 70 poemas estalinistas, por el cual recibió un premio en 1980.

Ungido ya para entonces III Conde de Lautréamont por sus pares, todo el libro es una variante esplendente de las maledicencias de Isidoro Luciano Duchasse, precursor del surrealismo, y como Maldoror, su héroe, con un lenguaje impactante, cruzado de imágenes delirantes, blasfemas, eróticas y evidentemente terroristas denunciará las extensas maquinaciones del imperialismo yanqui, los gobiernos locales, la burguesía, la iglesia, la cultura oficial, los académicos, los recién inaugurados burócratas de la fracasada revolución y a todos les va asignando una parte de la venganza que la poesía obrará en ellos, dejando para la gloria y los cielos de este mundo a sus amigos, a las mujeres amadas, los poetas malditos y marginados, los guerrilleros y los extremistas. Narrativo a veces, chistoso, coloquial, irónico, irreverente, Valera Mora supera con Amanecí de bala a mucha de la poesía de agitación y propaganda de esos años, ofreciendo al lector un libro que es al tiempo protesta política, propuesta revolucionaria, sátira y burla de una realidad y también un intertextual homenaje al amor por las mujeres. Una poesía que desde el cuerpo mismo del poeta, desde su carne y su sangre, defiende lo único valedero de esta vida: la cultura como contraparte de las sociedades de consumo, las aplastantes ofertas del capitalismo triunfante. Valera Mora habla por y para los condenados de la tierra, para las bacantes y los sobrios, las putas y las bienaventuradas, los letrados y las proletarias, los precisos y los imprecisos, los idos y las prudentes, los reales y las abstrusas. Un alucinado cronista de su tiempo que dejaba tras su paso el testimonio de las tragedias y esperanzas humanas mediante un eterno grito que fuese oído por todo el mundo y en todas partes, porque la poesía era su única forma de acercase a los otros, los suyos mismos, continuando una tradición de los poetas desafiantes e indignados, que en el fondo de sus almas sólo tenían amor y ternura.

Durante los años que pasó en Roma compuso, mientras deambulaba por el Trastevere bebiendo vino y conversando con viejos combatientes antifascistas o mirando, con la mente puesta en su país natal, las aguas del Aniene desde el balcón de su piso del Monte Sacro, los 70 poemas estalinistas, el último de sus libros publicado en vida del poeta. No eran ni setenta ni eran estalinistas. Se trató más bien de otro acto del incorregible. Entrando en los años ochentas, cuando el eurocomunismo daba sus últimas estocadas a los viejos partidos autoritarios y la memoria del defensor de la gran patria se veía teñida por los horrores del gulag y las denuncias de los disidentes y el glasnost y la perestroika anunciaban el fin del comunismo, publicar un libro con ese título y esos pretendidos homenajes, no dejaba de ser una ironía del poeta que había visto claudicar a casi todos sus amigos de la mano la corrupción de los gobiernos venezolanos. Porque sus poemas estalinistas son poemas de amor, viajes, lugares, bebidas, comidas, noches romanas, partidas de balompié entre el Lazio y el Roma. Y mujeres, muchas mujeres: Luisa, Cándida, Laura, Mercedes, Yira, Luz, Esperanza, Carmen, Lorena, Leticia, Marylin, Aura, Zeky y ante todo —como lo ha recordado Gabriel Jiménez Emán—, Clary Brian, una morenaza de Ohio que se enamoró del poeta mientras jugaban al tenis y cuando fornicaban le llamaba “my little crazy”.

¿Cómo camina una mujer que recién ha hecho el amor?
¿En qué piensa una mujer que recién ha hecho el amor?
¿Cómo ve el rostro de los demás y los demás cómo ven el rostro de ella?
¿De qué color es la piel de una mujer que recién ha hecho el amor?
¿De qué modo se sienta una mujer que recién ha hecho el amor?
Saludará a sus amistades
Pensará que en otros países está nevando
Encenderá y consumirá un cigarrillo
Desnuda, en el baño dará vuelta a la llave
del agua fría o del agua caliente
Dará vuelta a las dos a la vez
¿Cómo se arrodilla una mujer que recién ha hecho el amor?
Soñará que la felicidad es un viaje por barco
Regresará a la niñez o más allá de la niñez
Cruzará ríos, montañas, llanuras, noches domésticas
Dormirá con el sol sobre los ojos
Amanecerá triste, alegre, vertiginosa
Bello cuerpo de mujer
que no fue dócil ni amable ni sabio.
(“Oficio puro”)

Como los poetas que tanto amó, Valera Mora fue un declarado enemigo de la pacatería, las morales convencionales, los amigos del dinero público y de todos aquellos que venden su conciencia mientras se cambian de ropa interior.

Alfonsina Storni

Alfonsina Storni es considerada una de las voces femeninas más potentes de la poesía en lengua española de las primeras décadas del siglo XX. Su vinculación con el Modernismo, en medio de la euforia vanguardista que se apoderaba de los jóvenes poetas argentinos de su tiempo, hizo que se le diera menos importancia de la que merecía, pese a la notoriedad que alcanzó en su propio país y en el mundo hispánico en general. Esta excepcional mujer, capaz de desafiar los asfixiantes convencionalismos sociales, fue un ejemplo de coraje por su manera de asumir su ser femenino en absoluta y a veces desgarradora soledad.

De las heridas y de la incomprensión padecidas por Alfonsina Storni emerge la fuerza de su voz, la cadencia de unos versos que pueden ser grito de protesta, canto a la vida, amor a la naturaleza, o reivindicación del derecho de la mujer a convertirse en sujeto del deseo, en una tentativa de conquistar la libertad para decidir su destino.

Alfonsina Storni Martignoni nació el 22 de mayo de 1892 en Sala Capriasca, Suiza. Hija de Alfonso Storni y Paulina Martignoni, es la tercera descendiente de la familia, sus hermanos Romeo y María nacieron en 1887 y 1888 respectivamente.

A los cuatro años la familia regresa a San Juan, Argentina, donde residían. A los siete nace su hermano Hildo.

Desde su llegada a San Juan la familia está en una situación miserable. Se trasladan a Rosario en 1901 y prueban suerte con un Café Suizo en el que Alfonsina limpia y sirve.

Con 12 años Alfonsina escribe su primer poema, triste y centrado en la muerte, y lo deja bajo la almohada de su madre para que esta lo lea. A la mañana siguiente, mediante varios coscorrones, su madre le explica que la vida es dulce.

Su padre, depresivo y alcoholico, fallece en 1906 y Alfonsina, que no para de escribir poemas, entra a trabajar en un taller de gorras.

Su madre, Paulina, se casa de nuevo y se traslada a Butinza, allí continúa dando clases de música y canto. Alfonsina se traslada a Coronda para estudiar Magisterio, trabaja como celadora en la escuela, pero el dinero que le queda tras pagar la pensión no le da para vivir y tiene que hacer escapadas a Rosario para cantar en un teatrillo como corista. Se descubre en Coronda su trabajo como cantante y Alfonsina piensa en suicidarse tirándose al agua. Al año siguiente, en 1991, obtiene el título de maestra y ejerce ese otoño en una escuela de Rosario.

Publica sus primeros versos en las revistas Mundo rosariano y Monos y Monadas y tiene su primer desengaño amoroso con un hombre casado mayor que ella que la deja embarazada. Alfonsina, avergonzada, se refugia en Buenos Aires y da a luz a Alejandro el 21 de Abril de 1912; ella tenía 20 años.

Trabaja como cajera en una tienda y colabora en Caras y Caretas, entra a trabajar como corresponsal psicológico. En esa oficina dicta su primer libro de versos La inquietud del rosal, se lo enseña al poeta Felix B. Visillac que consigue que sea publicado. La revista Nosotros elogia el poemario y desd ese momento Alfonsina entra en el círculo literario de la revista. Se hace conocida y admirada, pero sigue teniendo problemas económicos. Es nombrada directora de un colegio y mientras allí trabaja escribe su segundo libro, El dulce daño.

En marzo de 1918 los nervios la obligan a dejar su puesto de directora y vuelve a entrar en los círculos literarios. Publica su segundo poemario y colabora en Atlántida mientras trabaja como celadora en un colegio.

Publica Iremediablemente en 1919 y la crítica lo ensalza. Al año siguiente la Universidad de Montevideo la invita a dar unas conferencias. Publica Languidez ese mismo año. Le crean una Catedra en el Teatro Infantil Lavardén y allí trabaja enseñando a niños.

Su fama va en aumento, lo que hace aflorar su comportamiento neurótico, se retira a Los Cocos como hará más adelante en su vida varias veces. Tras el Premios Nacional de 1922, el Ministro de Instrucción Pública crea una cátedra para ella en la Escuela Nacional de Lenguas Vivas en 1923.

Sigue publicando poemario hasta que en 1927 estrena una obra de teatro, El amo del mundo, un rotundo fracaso que no aguanta más de tres días en cartel. En los años treinta realiza dos viajes a Europa con su amiga Blanca de la Vega, básicamente para olvidar sus problemas mentales. Tras la vuelta del último viaje se le descubre un tumor en el pecho; se lo extráen con éxito, pero la terapia de rayos es tan dolorosa que no la sigue.

Alfonsina se retrae y apenas sale a la calle. Vive sus últimos años atemorizada por la muerte. El 25 de octubre de 1938 hayan el cuerpo de Alfonsina Storni en la playa de La Perla, en Mar del Plata. Al día siguiente se publica su último poema, Quiero dormir, en La Nación.

Alma Desnuda

Soy un alma desnuda en estos versos,
Alma desnuda que angustiada y sola
Va dejando sus pétalos dispersos.

Alma que puede ser una amapola,
Que puede ser un lirio, una violeta,
Un peñasco, una selva y una ola.

Alma que como el viento vaga inquieta
Y ruge cuando está sobre los mares,
Y duerme dulcemente en una grieta.

Alma que adora sobre sus altares,
Dioses que no se bajan a cegarla;
Alma que no conoce valladares.

Alma que fuera fácil dominarla
Con sólo un corazón que se partiera
Para en su sangre cálida regarla.

Alma que cuando está en la primavera
Dice al invierno que demora: vuelve,
Caiga tu nieve sobre la pradera.

Alma que cuando nieva se disuelve
En tristezas, clamando por las rosas
con que la primavera nos envuelve.

Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.

Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.

Alma que nada sabe y todo niega
Y negando lo bueno el bien propicia
Porque es negando como más se entrega.

Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.

Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.